martes, 5 de octubre de 2010

LA DULZURA INTERIOR DE FRANCISCO



En el verano-otoño de 1205, Francisco ya no era el mismo. Seguía haciendo vida normal, pero algo lo atraía interiormente. Un día sus amigos lo nombraron, "jefe de cuadrilla". Según costumbre debía pagarles un banquete. Lo nombraban a él casi siempre, porque sabían que no reparaba en gastos. Pero esa noche, cuando, comidos y bebidos, recorrían cantando las calles y plazas de la ciudad, algo lo dejó absorto y clavado en el sitio. Los compañeros. se asustaron al verlo tan inmóvil. Cuando volvió en sí, alguno dijo, bromeando: "¿En qué pensabas Francisco? ¿En casarte?"; a lo que él replicó, con tono misterioso: "Sí, con la mujer más hermosa que os podáis imaginar". Arrebatos de este tipo se le repetirán en más ocasiones.


Francisco, siempre generoso con los pobres, ahora lo era mucho más. Un día despidió de la tienda a un mendigo con malos modos, pero enseguida se dijo: "Si te hubiese pedido algo en nombre de un gran señor se lo habrías dado. ¡Cuánto más deberías darle, si te lo pidió en el nombre del Señor de señores!" Y se comprometió a no negar nunca más una limosna a quien se la pidiera por el amor de Dios. Si no llevaba dinero, les daba el cinto, la gorra o la camisa. En casa, a la hora de comer, cortaba más pan del necesario, con la esperanza de que algún pobre llamara a la puerta para darle un trozo. La madre lo observaba y meditaba en silencio ese cambio tan repentino, sabiendo que antes sólo vivía pendiente de que los amigos vinieran a buscarlo, para irse con ellos. Y no eran sólo los pobres, también le atraía la pobreza. En cierta ocasión peregrinó a Roma y, después de echar una generosa limosna en el cepillo del altar de San Pedro, cambió sus ropas por las de un pordiosero y se puso pedir en francés -que no lo dominaba bien- tal vez para pasar inadvertido.
En sus ratos libres se retiraba a orar en lugares solitarios. A veces iba a una cueva o "cripta" que, según la tradición, estaba en las inmediaciones de la iglesia de Santa María la Mayor o del Obispado, no lejos de su casa. Al amigo que lo acompañaba le explicaba, con mucho misterio, que había descubierto un tesoro, en alusión, sin duda, al tesoro escondido del reino por el cual, según la parábola de Jesús, un rico comerciante es capaz de venderlo todo. Allí, en lo secreto, oraba con ansia, pidiendo al Señor le revelase su voluntad, pero también tuvo que hacer frente a sus propios miedos, ya que temía que por ese camino podría terminar igual que una pobre paisana suya, horriblemente deforme. Sería lo peor que podría ocurrirle a un joven como él, sensible, delicado, cuidadoso de su imagen y amante de todo lo bello.
Francisco encontró su tesoro y lo dejó todo. Decidme hermanos, ¿dónde está vuestro tesoro? ¿dónde está vuestro corazón?
¿Cual es vuestro tesoro?
Paz y bien hermanos.




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