miércoles, 26 de enero de 2011

PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,1-20)

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»
Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.»
Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»

Reflexión
De esta parábola de la siembra podemos hacer dos lecturas a distinto: una situándonos entre los oyentes de Jesús; otra en la comunidad cristiana de Marcos, que ya tiene un cierto rodaje.

Jesús parece hablar del sembrador impertérrito inaccesible al desaliento; cuando una
sementera se ha frustrado, realiza otra en condiciones algo diferentes, y así hasta lograr una cosecha superabundante, insospechada. Jesús anuncia que Dios se dispone a crear un mundo según su proyecto, a establecer su Reino, y quizá los discípulos sonríen irónicamente: “¡Qué ingenuo es! ¿No se da cuenta de que…?” Pero Jesús no se echa atrás; sabe que el “sí” de Dios es más fuerte que cualquier “no” de los hombres. Nadie puede sacar a Jesús de su confianza sin límites en el poder y la bondad del Padre.
Eso sí, él sabe que su mensaje no se capta con la simple audición; son indispensables unos mínimos de sintonía con él. Con una cita de Isaías. Generalmente no bien traducida en nuestros libros litúrgicos, afirma Jesús que “a los de fuera”, a quienes no se enrolan en su seguimiento, todo “les resulta un enigma”; pero a quienes han optado por él las parábolas les manifiestan el misterio del Reino de Dios. El romance medieval del conde Arnaldos concluía con aquella conocida advertencia:
“Respondióle el marinero, / tal respuesta le fue a dar /: yo no digo esa canción / sino a quien conmigo va”. Sólo quien ha optado por Jesús dispone de las claves para entender sus acciones y palabras. En cambio, “los de fuera…..”.
La explicación alegorizante de la parábola -probablemente ya no original de Jesús sino “suplemento” hermenéutico creado por la catequesis eclesial- responde a la experiencia de rodaje que ya tiene la comunidad del evangelista: entre la llamada de Jesús y nuestra capacidad auditiva pueden actuar interferencias que dificulten o incluso imposibiliten la escucha: la “instalación” o dureza, la superficialidad, el miedo al ridículo o al rechazo, la codicia, etc, pueden acabar ahogando lo que inicialmente se recibió como verdadero tesoro.
Paz y bien hermanos.






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