domingo, 21 de noviembre de 2010

EL ESPÍRITU ES COMO EL VIENTO



EL Espíritu toma los rasgos típicos de Cristo y nos los comunica. Estos rasgos se resumen en lo queCristo es, en lo que desea, en lo que enseña.
Cuando advertimos que en nuestra vida podemos hacer algo mejor, por ejemplo, fiarnos más de Dios, creer en Él hasta el fondo, con la seguridad de que Él tiene cuidado de nosotros; cuando sentímos en nuestro interior una propuesta que estimula nuestra fe, entonces podemos estar seguros de que el Espíritu ha tomado nuevamente una página del Evangelio, la ha personalizado, la ha hecho viva y palpitante dentro de nosotros hasta el punto de hacerla florecer y convertirla en un propósito, una elección personal, un deseo de bien.
De este modo el Espíritu se hace revelador y proclamador de los rasgos típicos de Cristo.
La vida espiritual no es, por tanto, una construcción nuestra; el Espíritu la construye, la organiza, la elabora hasta en sus más mínimos detalles, a condición de que acojamos disponible y confiadamente lo que Él obra en nosotros.
Estar disponibles al Espíritu significa vivir plenamente nuestra vocación religiosa. Punto fundadamental y secreto de la vida cristiana es fiarse audazmente del viento del Espíritu.
El Espíritu es como el viento, dice Juan, actua y nos lleva, nos desconcierta. Su acción va dirigida a un corazón de carne que vive y se mueve continuamente, y por consiguiente no puede ser estandarizado y fijado en ningún esquema.
Esto no significa capricho, extravagancia o fantasía desenfrenada: el Espíritu nunca es caprichoso ni extraño. Es verdad que nos impulsa hacia cosas insólitas, como dar la vida y amar a quien no nos ama, pero no por excentricidad o rareza, sino por la fe en un valor absoluto: Cristo.
Crecer en la vida cristiana es dejarse llevar por el Espíritu. Esto comporta una atención a lo que el Espíritu sugiere, una disponibilidad total, valerosa, radical para hacer lo que él dice, aprendiendo no a precederlo, sino a seguirlo.
Paz y bien hermanos.

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