jueves, 4 de noviembre de 2010

DULZURA Y ESPERANZA NUESTRA.


Ana Frank, una muchacha judía, permaneció la mayor parte de su corta vida escondida de los nazis, en un pequeño apartamento de Amsterdam, para por fin perecer a sus manos. En su diario escribió esto:
"Es maravilloso que no haya abandonado mis ideales, por muy absurdo he imposible que parezca el llevarlos a cabo. Sin embargo, los mantengo porque, a pesar de todo, aún sigo creyendo que la gente tiene buen corazón. Simplemente no puedo fundar mis esperanzas sobre una base de odio, miseria y muerte. Veo que el mundo avanza, gradualmente, hacia un desierto; escucho, cada vez más cercano, el trueno que tambien nos destruirá a nosotros. Miro al cielo y pienso que todo se va a arreglar, que esta crueldad terminará, y que volverán la paz y la tranquilidad. Mientras tanto, mantendré mis ideales, pues quizás llegue la hora en la que pueda ser capaz de llevarlos a cabo."
Hace dos mil años, otra muchacha judía, en la pequeña aldea de Nazaret, en Israel, se postraba en oración ante Yahvé. Tampoco ella desesperaba ante un mundo que avanzaba hacia un desierto. Ella pedía su redención con todo su corazón, ofreciendo su vida al servicio del Reino de Dios.
"Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, para que nosotros recibiéramos la condición de hijos."
(Gálatas 4, 4)

Paz y bien hermanos.

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