miércoles, 10 de agosto de 2011

SACERDOTE SANTO, VÍCTIMA PERFECTA


San Pío de Pietrelcina

Francesco Forgione, fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1910, día de San Lorenzo, en Benevento, él mismo lo expresaba así:
"Fue el día en que encontré el corazón más encendido de amor por Jesús. ¡Qué feliz fui!, ¡cuánto gocé aquel día!"

Cada misa para el padre Pío es siempre la primera misa; la gloria es continua e inexpresable, gusta ya el paraíso, siente como un fuego que le abrasa y su boca saborea toda la dulzura de aquella carne inmaculada del Hijo de Dios.

Las luchas del espíritu no faltan en este período: grandes tormentas diabólicas, que a veces no lo dejan libre ni siquiera en las horas de descanso: el demonio lo quiere para sí a toda costa; cuando se ve al borde de la desesperación recurre a la Virgen María a la que no sabe cómo agradecer tantas y tan singulares gracias; se pone con confianza en los brazos de Jesús y que suceda lo que Él quiera; Él, ciertamente, vendrá en su ayuda. Orando a los pies de Jesús no siente ni el peso del cansancio al vencer las tentaciones, ni la amargura o el desagrado.

Durante un mes de permanencia en el convento de Venafro, en 1911, la comunidad advierte los primeros fenómenos sobrenaturales: «Asistí, y no fui yo el único -escribe el padre Agustín en su diario-, a varios éxtasis y a muchas vejaciones diabólicas. Escribí, entonces, todo lo que escuché de su boca durante el éxtasis y cómo sucedían las vejaciones satánicas».

Constreñido a vivir «desterrado en el exilio del mundo, es decir, fuera del convento, en Pietrelcina, como sacerdote se esfuerza por tratar a todos con cordialidad y confianza: el mundo campesino del que proviene es también su propio mundo; va al campo y, lo mismo que antes, saluda, dice buenas palabras de ánimo, acepta voluntariamente la invitación de pararse a descansar, aunque sea por un momento, bajo la sombra de un árbol si hace calor, o dentro del cortijo si hace mal tiempo; en los campos y a los campesinos les habla de Dios en su típico «dialecto».

Su apostolado ministerial se reduce a ayudar al párroco en la administración de los sacramentos, excepto oír confesiones para lo que el Provincial no le concede licencia en los primeros años de haber cantado misa, por motivos de salud y por carecer entonces de la suficiente experiencia moral. Hacia finales de este período (1914-1915) inicia la dirección espiritual de algún alma que otra, pero, por correspondencia, y siempre con permiso expreso de los superiores.

Pero mucho más que en estas formas visibles, el padre Pío manifiesta su celo por las almas a través del estado de víctima, vivido intensamente como irradiación de la virtud salvífica de Jesús y del sufrimiento del cuerpo y del alma, requerido y aceptado como participación personal y generosa por el rescate de la humanidad redimida y pecadora. 

Este es su programa trazado desde el día de su ordenación sacerdotal y vivido intensamente día tras día:«Jesús, mi aliento y mi vida, hoy que trepidante te elevo en un misterio de amor, haz que contigo yo sea para el mundo Camino, Verdad y Vida, y para ti sacerdote santo y víctima perfecta».




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