Si bien la
crítica a la rigidez doctrinal se dirige frecuentemente a los sectores
más conservadores o tradicionalistas de la Iglesia, la realidad
es que la actitud dictatorial y la inflexibilidad son fallos
humanos que pueden manifestarse en cualquier extremo del espectro teológico
o pastoral.
Los" progresistas"
dentro de la Iglesia pueden caer en una forma de rigidez que es igual de
excluyente y dañina:
1.
Dogmatismo
Inverso: Pueden ser inflexibles en lo que consideran la única
interpretación "correcta" o "relevante" del Concilio
Vaticano II, de la justicia social, o de la liturgia. Si alguien no está a la
altura de su criterio de "apertura", puede ser rápidamente marginado
o etiquetado como "atrasado" o "irrelevante".
2.
Autoritarismo
del "Espíritu": A veces, esta
facción puede usar el "espíritu del Concilio" o la necesidad de
"discernimiento pastoral" como una nueva vara de medir que
aplasta cualquier forma de piedad o práctica que no encaje en su visión eclesial.
3.
Intolerancia a
la Diversidad: Aunque abogan por la inclusión general, pueden ser
profundamente intolerantes con quienes tienen legítimas sensibilidades
hacia otras formas de expresión de fe, imponiendo sus propios cánones estéticos
o teológicos con una dureza sorprendente.
Las heridas
son reales y demuestran un punto fundamental: el problema no es la posición
teológica (ser conservador o liberal), sino la actitud con la que se
sostiene esa posición. La humildad y la caridad pastoral son las
únicas defensas contra la tentación de la dictadura, sin importar dónde
se sitúe uno.
Es un
recordatorio de que toda ideología, incluso la que se etiqueta como
"liberadora", puede convertirse en una prisión cuando se
absolutiza y se impone sin amor.

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