jueves, 9 de junio de 2011

SER PROFETA EN EL SIGLO XXI


Ser profeta siginifica prestar a Dios nuestros sentidos para que El se manifieste al mundo que nos rodea. La idea generalizada de profeta correspondía a la de aquel que podía predecir el futuro. Si leemos las Escrituras vemos que los profetas cuyas vidas se relatan entre ellas, y que deben ser nuestros ejemplos, una que otra vez hicieron eso. Pero su misión principal fue transmitir al Pueblo lo que el Señor quería comunicarles y orientarlo en su cumplimiento.
Ser profeta en una sociedad como la de hoy, no es fácil. Nunca ha sido fácil llevar a cabo las tareas de importancia. Fue difícil para los primeros evangelizadores de América sembrar en nuestro continente la semilla del Evangelio que tantos frutos ha dado. Igual que no fue fácil realizar la misión que el Señor encomendó a San Francisco de Asís, a Iñigo de Loyola, a Teresa de Calcuta o a Juan Pablo II. Todos tuvieron que navegar contra viento y marea en un mundo difícil, pero a pesar de eso, llevaron a cabo su cometido de manera ejemplar.
La sociedad de hoy necesita un cambio urgente. No el cambio que da una revolución violenta que trastorna la vida de un pueblo y que generalmente desemboca en situaciones peores que las existentes. El cambio debe ser un cambio de corazón al cual debe llevar una mentalidad nueva. Proclamar la Buena Nueva con ardor y fuerzas renovadas debe ser la meta de los profetas del Siglo XXI. Anunciarla con la palabra y con la vida, que a veces va a ser doloroso, agotador e ingrato, porque a menudo uno no ve los frutos. Más a nosotros sólo nos toca sembrar, al Señor, cosechar.

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