En la primavera de 1919 ya se había extendido la noticia de los estigmas. Se hablaba de curas milagrosas y los periódicos de toda Italia publicaban artículos a cerca del Padre Pío.
Este nuevo interés por el Padre Pío y la afluencia de peregrinos y limosnas para su monasterio, crearon celos entre el clero local. Comenzaron a difundir crueles mentiras, insistiendo en que las heridas se las hacía él mismo, que utilizaba perfume para crear los aromas celestiales, que estaba poseído por el Demonio y que mantenía relaciones ilícitas con sus "hijas espirituales".
Las acusaciones y los celos llegaron al Vaticano y en 1922 la Iglesia tomó cartas en el asunto: El Padre Pío ya no podía confesar,ver a sus hijos espirituales, responder la correspondencia o decir Misa (excepto fuera de horario y, más tarde, sólo en privado). La Iglesia emitió informes rechazando el origen espiritual de los estigmas. Así comenzaron los años que el Padre Pío denominaría su "encarcelamiento", una prueba que ofreció como sacrificio a Dios por las necesidades de los "no salvados". Solía pasar su tiempo libre rezando y en comunión silenciosa con Dios. Estudiaba las Escrituras y los escritos de los Padres de la Iglesia. Las restricciones no se levantaron hasta 1933.
La II Guerra Mundial abrió el ministerio del Padre Pío al mundo. Entre 1943 y 1945, cientos de soldados aliados destinados en el Sur de Italia, visitaron San Giovanni Rotundo para encontrarse con el hombre de llevaba las heridas de Cristo. Inspirados por su santidad y por su celebración mística de la Misa, tanto católicos como protestantes acudieron a venerar al Padre Pío. Los soldados y enfermeras de la guerra llevaron a sus hogares la noticia del Padre Pío. Al poco tiempo, comenzaron a llegar peregrinos y donaciones a San Giovanni Rotundo. Estos fondos permitieron al Padre Pío llevar a buen término un proyecto que albergaba en su corazón, la construcción de un hospital: La Casa para el Alivio del Sufrimiento, o la Casa como se la conocía, que abrió el 5 de Mayo de 1956.
El Padre Pío concibió la Casa como un lugar en el que se trataría a los enfermos en condiciones ideales, tanto materiales como espirituales, para abrirse a la gracia de Dios.
Hoy, la Casa es uno de los hospitales más grandes y mejor equipados de Italia. Es también el centro internacional para los 2000 grupos de oración del Padre Pío, con más de 200.000 miembros en todo el mundo.
Celosos del éxito del Padre Pío y decididos a controlar los fondos de la Casa, sus superiores de la Orden de los Capuchinos instigaron una nueva ola de persecución: se abría la correspondencia del Padre Pío, se grababan en secreto sus conversaciones en el confesionario y en las habitaciones de la hospedería del convento; y se mancilló su reputación con una campaña de desprestigio.
En 1961, una investigación del Vaticano trajo nuevas restricciones: el Padre Pío no podía salir del convento; su acceso a los fieles estaba estrictamente regulado; y la hora de su misa tenía que cambiar todos los días.
Un espabilado banquero italiano, "el banquero de Dios", Giufre, había conseguido los capitales de muchas organizaciones de Iglesia, incluida la Santa Sede, ofreciéndoles pingües beneficios. Cuando el banco quebró, El Vaticano, para hacer frente al escándalo, presionó al Padre Pío para que le cediese el dinero líquido que, ya entonces, entraba a espuertas en su monasterio. Ante la negativa del santo, la Curia romana intentó convertirle en un proscrito.
El enviado de la Curia vaticana, Carlo Maccari, preparó un informe demoledor contra el capuchino y lo depositó en la mesa del Papa: «En el fraile reina el demonio de la impureza», «sus estigmas son fruto de la histeria o consecuencia de agentes químicos», «su vida es sensualismo místico», «seduce a las mujeres, compra a periodistas para que hablen bien de él, se procura perfumes costosos y hábitos de lujo, exige comida especial».
Juan XXIII se lo cree y permite que la Curia le persiga y le suspenda en su ministerio.
Antes de morir, el Papa Pío XII había concedido al Padre Pío una dispensa especial, el título de todas las propiedades de la Casa y el control administrativo del hospital.
El nuevo papa, Juan XXIII, revocó esta dispensa y le ordenó que firmara la entrega de la Casa al Vaticano. Sólo al final de su vida reconoce que «es un buen religioso» y se encomienda a sus oraciones.
Pero no fue hasta 1964, con la llegada del Papa Pablo VI, cuando se anularon todas las restricciones impuestas al Padre Pío.
Pablo VI lo rehabilita, le concede plena libertad y dice de él: «Celebra la misa humildemente, confiesa de la mañana a la noche, hombre de oración, hombre de sufrimiento y representante de los estigmas de nuestro señor Jesucristo».
A pesar de estas injusticias, su alegría interior permaneció intacta. Sin censurar ni juzgar, decía simplemente: "El criterio de Dios no es el criterio del hombre".
Oremos al Padre Pio y pidámosle que nos ayude a mantener esa paz y esa alegría interior, dentro de las tribulaciones de la vida.
Paz y bien hermanos.
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