Los padres de Padre Pio, María Giuseppa di Nunzio y Grazio Forgione, se casaron el 8 de junio de 1881y se fueron a vivir a una casita de una sola habitación de planta baja, que fue de su propiedad desde el primer momento. Se dedicaban a la agricultura y tenían un terreno propio de una hectárea en el lugar llamado Piana Romana a media hora, a las afueras del pueblo.
A la madre de Padre Pio, María Giuseppa di Nunzio, la llamaban Mamma Peppa. Tenía ojos claros, facciones correctas, de cuerpo ágil, como una adolescente, su dialecto tenía una gracia admirable; mujer seria, respetuosa, religiosa; era una pueblerina, pero tenía rasgos de «gran señora»; su hospitalidad era siempre excesiva, señorial, aun dentro de su simplicidad; tanto ella como su marido sabían poner una nota de alegría a su alrededor, dispuesta siempre a contar bellas historias y con qué maestría...
La alegría, el gracejo fácil, la ingenuidad hecha broma, el «saber contar las cosas», el padre Pío los vivió y aprendió de boca de sus padres y los revivió con una maestría encantadora.
Su madre murió el 3 de enero de 1929 también en san Giovanni Rotondo en la misma casa de María Pyle, bienhechora de los padres capuchinos. Su madre había ido a visitarlo para pasar las Navidades de 1928 con su hijo. Iba todos los días a misa para recibir la comunión de sus manos, a pesar del intenso frío. La noche de Navidad, después de la misa de medianoche, se enfermó de pulmonía doble. El padre Pío estuvo a su lado hasta el último momento, llevándole la comunión todos los días y administrándole los últimos sacramentos. Cuando expiró, el padre Pío se deshizo en lágrimas. Era un llanto de amor y repetía: Mamma mia, bella mammetta mia. Su madre tenía 70 años y fue sepultada en el cementerio de san Giovanni Rotondo, vestida de terciaria franciscana. Las exequias fueron impresionantes y participó toda la población.Fue un verdadero triunfo de oraciones y de flores. Un homenaje a la madre de un gran santo, que no sólo lo trajo al mundo sino que lo supo guiar en sus primeros pasos por el camino de Dios. ¡Cuántos sacerdotes deben su vocación al amor y a la fe de sus madres!
Paz y bien amigos.
Gracias, Dios lo bendiga muy buena reseña.
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