Escribo esto; para
señalar una dificultad pastoral
significativa, en mi trayectoria de casi 20 años como laica comprometida, y que afecta la salud de muchas comunidades: el abuso de poder y maltrato psicológico/espiritual,
frecuentemente catalizado por
diferencias en la línea teológica.
Este maltrato es sutil, no deja marcas físicas, pero
destruye la fe y la confianza. Se manifiesta a través del juicio, etiquetado y una oposición pasiva donde, sin negar las
iniciativas (otras veces sí), se les
niega todo apoyo. Iniciativas
laicales genuinas (como grupos de oración o estudio bíblico) que no se
alinean con la visión ideológica dominante.
El desprecio y
la indiferencia intencionados desgastan y destruyen. La víctima es
etiquetada como "rebelde" o "inmadura", se la culpabiliza,
se le hace el vacío y, finalmente, se
va (no es echada explícitamente), con su fe seriamente herida.
La raíz de este problema es una cultura clericalista que impregna a
ministros ordenados y laicos, buscando imponer el control sobre la comunión.
Para prevenir esta pérdida de almas y talento, y
avanzar hacia la misión de ser un verdadero hospital de campaña para la sociedad, propongo:
- Se reconozca y aborde el abuso espiritual como una forma real y dañina
de maltrato.
- Se implemente
formación sobre la ética del poder y prevención del abuso psicológico para todo
el clero y líderes laicos.
- Se establezca
un canal de acogida y escucha
de las víctimas de esta dinámica, iniciando
un camino de acercamiento y curación de las personas heridas en la
Iglesia.
Es urgente construir la unidad en la diversidad de carismas, sin confundirla con la uniformidad.
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