viernes, 14 de noviembre de 2025

TESTIMONIO VERAZ DE UNA CRISTIANA LAICA COMPROMETIDA CON LA IGLESIA CATÓLICA




Escribo esto; para señalar una dificultad pastoral significativa, en mi trayectoria de casi 20 años como laica comprometida, y que afecta la salud de muchas comunidades: el abuso de poder y maltrato psicológico/espiritual, frecuentemente catalizado por diferencias en la línea teológica.

Este maltrato es sutil, no deja marcas físicas, pero destruye la fe y la confianza. Se manifiesta a través del juicio, etiquetado y una oposición pasiva donde, sin negar las iniciativas (otras veces sí), se les niega todo apoyo. Iniciativas laicales genuinas (como grupos de oración o estudio bíblico) que no se alinean con la visión ideológica dominante.

El desprecio y la indiferencia intencionados desgastan y destruyen. La víctima es etiquetada como "rebelde" o "inmadura", se la culpabiliza, se le hace el vacío y, finalmente, se va (no es echada explícitamente), con su fe seriamente herida.

La raíz de este problema es una cultura clericalista que impregna a ministros ordenados y laicos, buscando imponer el control sobre la comunión.

Para prevenir esta pérdida de almas y talento, y avanzar hacia la misión de ser un verdadero hospital de campaña para la sociedad, propongo:

  1. Se reconozca y aborde el abuso espiritual como una forma real y dañina de maltrato.
  2. Se implemente formación sobre  la ética del poder y prevención del abuso psicológico para todo el clero y líderes laicos.
  3. Se establezca un canal de acogida y escucha de las víctimas de esta dinámica, iniciando un camino de acercamiento y curación de las personas heridas en la Iglesia.

Es urgente construir la unidad en la diversidad de carismas, sin confundirla con la uniformidad

Joven, ¿cansado de lo superficial? ¡Descubre una fe que te transforma!

 


Si buscas una conexión genuina, un propósito que vaya más allá de tú día a día, y una comunidad que te acompañe en tu camino, te invitamos a ser parte de los Grupos de Oración del Padre Pío.

Nuestra espiritualidad: Un camino de encuentro

Inspirados en la espiritualidad franciscana que el Padre Pío hizo suya, no buscamos una fe complicada, sino una que sea simple y profunda. Aprendemos a vivir la humildad, la sencillez y el amor por la creación. Aquí, cada persona es valiosa, y el encuentro con Dios se da en la oración silenciosa, en el servicio a los demás y en la alegría compartida.

El cimiento de nuestra fe: La Palabra de Dios

Nuestras reuniones no son solo un momento para rezar, sino también para nutrirnos de las Sagradas Escrituras. La Biblia es la guía de nuestro camino, la brújula que nos orienta. Juntos, meditamos la Palabra de Dios, buscando entender cómo aplicarla a nuestras vidas para vivir con más luz y verdad.

Nuestro corazón: La caridad y la fraternidad

La fe sin obras está muerta. Por eso, el corazón de nuestro grupo es la caridad. Nos apoyamos mutuamente, nos escuchamos con atención y estamos atentos a las necesidades de los demás. Más que un grupo, somos una fraternidad: una familia de jóvenes que se elige para caminar juntos, para animarse en la alegría y para ser un hombro en la dificultad.

Si buscas una fe viva, que se viva en comunidad y que te impulse a ser mejor persona cada día, este es tu lugar.

¿Te animas a descubrir la belleza de esta espiritualidad?

¿POR QUÉ TENER UN GRUPO DE ORACIÓN PADRE PÍO EN LA PARROQUIA?

 


En un mundo marcado por el ruido, la prisa y la indiferencia, los Grupos de Oración del Padre Pío nacen como oasis de paz y encuentro profundo con Dios. Inspirados en la rica espiritualidad franciscana de San Pío de Pietrelcina, estos grupos no son simples reuniones, sino auténticas escuelas de vida espiritual en las que se cultiva la fe, la esperanza y el amor cristiano con profundidad y compromiso.

¿Qué los hace únicos?

  1. Espiritualidad franciscana viva:
    En cada encuentro se respira el espíritu de San Francisco: humildad, sencillez, alegría interior y profundo amor por Cristo crucificado. Siguiendo el ejemplo del Padre Pío, se busca vivir el Evangelio con radicalidad, en la vida cotidiana, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.
  2. Meditación de las Sagradas Escrituras:
    No hay auténtica oración sin escucha. Por eso, cada reunión gira en torno a la meditación profunda de la Palabra de Dios. En comunidad, guiados por el Espíritu Santo, se descubre cómo la Palabra ilumina cada aspecto de la vida personal y familiar, transformando el corazón.
  3. Caridad activa y concreta:
    La oración sin obras está incompleta. Los Grupos de Oración no se quedan en lo espiritual: se organizan para llevar consuelo a los enfermos, apoyo a los necesitados y presencia cristiana en las periferias de la parroquia. Siguiendo el ejemplo del Padre Pío, el amor al prójimo es una forma de amar directamente a Cristo.
  4. Apostolado comprometido:
    Cada miembro es llamado a ser luz en medio del mundo, no sólo dentro del templo. A través del testimonio de vida, la participación en la liturgia, y la promoción de valores cristianos en sus familias y entornos, los integrantes se convierten en misioneros silenciosos y eficaces del Reino de Dios.

¿Por qué tener un Grupo de Oración del Padre Pío en la parroquia?

Porque es una respuesta concreta a la necesidad urgente de renovar la vida espiritual de nuestras comunidades. Es una semilla que, al crecer, fortalece la unidad parroquial, enriquece la vida litúrgica, forma laicos maduros en la fe y crea un ambiente de fraternidad donde el Espíritu Santo puede obrar con libertad.

Y para los laicos, es una oportunidad realista y profunda de santificación, que no exige grandes conocimientos ni experiencias previas, sino un corazón dispuesto a dejarse amar y transformar por Dios.

"La oración es la mejor arma que tenemos: es la llave del corazón de Dios"

San Pío de Pietrelcina

Los Grupos de Oración no son una moda ni una devoción más. Son una obra nacida del corazón de Cristo, inspirada en un santo que vivió el Evangelio hasta las últimas consecuencias, y que hoy sigue intercediendo por todos los que buscan a Dios con sinceridad.

¿Te animas a ser parte de esta obra del cielo?
¡Tu parroquia puede ser tierra fértil para esta gracia!

Los Grupos de oración Padre Pío ante todo: “Viveros de fe y hogares de amor”


 

Grupos Padre Pío: “Viveros de fe y hogares de amor”

Los grupos de oración de Padre Pío son una manifestación vibrante en la vida de la Iglesia, que no compite, sino que fortalece y enriquece. Estos grupos no buscan reemplazar a nada,  ni a nadie, sino ofrecer un espacio de apoyo mutuo, tanto espiritual como personal, donde en lugar de un  espíritu de enfrentamiento, florezca un  espíritu de colaboración fructífera, donde la parroquia sea un hogar, una comunidad y fuente de la gracia. Un lugar de crecimiento en la fe, compartiendo  luchas y alegrías, profundizando en la oración personal y comunitaria.

La riqueza de la unidad en la diversidad

Así como el cuerpo humano tiene muchas partes, el cuerpo de Cristo, enriquecido por el Espíritu Santo, se compone de diversos miembros con distintos carismas, y cada uno es fundamental para el buen funcionamiento del conjunto. La diversidad de miembros no es una debilidad, sino una fortaleza y Dios ha puesto a cada uno en su lugar para el bien común. Los grupos de oración de Padre Pío son uno de esos miembros.

Así como en una familia, cada miembro tiene su rol y su función, en la Iglesia, cada movimiento, cada comunidad y cada grupo de oración contribuye a la salud y vitalidad del cuerpo. Los grupos de oración de Padre Pío ofrecen un camino de santidad a través del carisma del santo de Pietrelcina, una espiritualidad que inspira a miles de fieles a vivir el evangelio de forma radical. En esta sinfonía de carismas, la unidad no reside en la uniformidad, sino en el reconocimiento y la valoración de las diferencias que, al converger en Cristo, construyen un solo cuerpo fuerte y lleno de vida.

Viveros de fe y Hogares de Amor

Padre Pío, con su profunda intuición pastoral, describía sus grupos de oración como "viveros de fe y hogares de amor". Esta hermosa definición captura la esencia de su propósito.

Como viveros, son lugares donde la semilla de la Palabra de Dios se siembra y se cuida con esmero, permitiendo que la fe de los miembros eche raíces profundas y crezca fuerte. Aquí, los participantes no solo escuchan el Evangelio, sino que lo meditan, lo interiorizan y lo ponen en práctica en su vida diaria, convirtiéndose en auténticos evangelizadores en sus propios entornos.

Como hogares de amor, estos grupos ofrecen un refugio seguro y acogedor donde cada persona es aceptada, apoyada y amada incondicionalmente. En un mundo a menudo frío y solitario, estos grupos se convierten en una verdadera familia espiritual, donde se comparten las alegrías y se alivian las penas. Este amor fraterno es el motor que impulsa la oración y la acción, haciendo de cada grupo un testimonio vivo del amor de Cristo. Por lo tanto, los grupos de oración de Padre Pío no compiten, sino que nutren y enriquecen, actuando como faros de luz que iluminan y fortalecen el cuerpo místico de Cristo.

Inspirados en la espiritualidad franciscana de San Pío de Pietrelcina, los Grupos de Oración son espacios de:

·       Meditación de la Palabra de Dios

·       Oración profunda y comunitaria

·       Caridad concreta y fraterna

·       Apostolado comprometido en la vida cotidiana

No se necesita experiencia previa. Solo un corazón abierto a Dios.
¡Una oportunidad para renovar tu fe y tu vida espiritual!

LA RIGIDEZ NO CONOCE IDEOLOGÍAS

 



Si bien la crítica a la rigidez doctrinal se dirige frecuentemente a los sectores más conservadores o tradicionalistas de la Iglesia, la realidad es que la actitud dictatorial y la inflexibilidad son fallos humanos que pueden manifestarse en cualquier extremo del espectro teológico o pastoral.

Los" progresistas" dentro de la Iglesia pueden caer en una forma de rigidez que es igual de excluyente y dañina:

1.     Dogmatismo Inverso: Pueden ser inflexibles en lo que consideran la única interpretación "correcta" o "relevante" del Concilio Vaticano II, de la justicia social, o de la liturgia. Si alguien no está a la altura de su criterio de "apertura", puede ser rápidamente marginado o etiquetado como "atrasado" o "irrelevante".

2.     Autoritarismo del "Espíritu": A veces, esta facción puede usar el "espíritu del Concilio" o la necesidad de "discernimiento pastoral" como una nueva vara de medir que aplasta cualquier forma de piedad o práctica que no encaje en su visión eclesial.

3.     Intolerancia a la Diversidad: Aunque abogan por la inclusión general, pueden ser profundamente intolerantes con quienes tienen legítimas sensibilidades hacia otras formas de expresión de fe, imponiendo sus propios cánones estéticos o teológicos con una dureza sorprendente.

Las heridas son reales y demuestran un punto fundamental: el problema no es la posición teológica (ser conservador o liberal), sino la actitud con la que se sostiene esa posición. La humildad y la caridad pastoral son las únicas defensas contra la tentación de la dictadura, sin importar dónde se sitúe uno.

Es un recordatorio de que toda ideología, incluso la que se etiqueta como "liberadora", puede convertirse en una prisión cuando se absolutiza y se impone sin amor.

EL LAICO HA DE INSTRUIRSE PARA NO CAER EN EL CLERICALISMO, NI EN EL ABUSO DE PODER.

 


EL LAICO HA DE INSTRUIRSE PARA NO CAER EN EL CLERICALISMO Y EL ABUSO DE PODER

El Papa Francisco ha insistido mucho en que el clericalismo es un gran mal para la Iglesia, y se refiere a una actitud que confunde la autoridad con el poder, donde el clero (sacerdotes, obispos) se siente superior y el laico se reduce a un mero ejecutor pasivo, o en el caso de laicos "clericalizados", a imitar esas actitudes de superioridad o de sentirse una élite.

Cuando el Papa dice que el laico ha de "instruirse" para no caer en el clericalismo y el abuso de poder, se refiere a varios aspectos clave:

1.     Conocimiento de su vocación y misión: Instruirse significa conocer y comprender profundamente lo que significa ser laico en la Iglesia según el Concilio Vaticano II: que son parte del "Pueblo de Dios", que tienen una dignidad y una misión propia por su bautismo, y que no son simplemente "ayudantes del cura", sino que deben ser protagonistas en el mundo y en la Iglesia.

2.     Formación teológica y doctrinal: Adquirir una sólida formación en teología, doctrina social de la Iglesia, y Sagrada Escritura. Un laico bien formado es menos propenso a aceptar acríticamente todo lo que le diga un clérigo y es capaz de discernir y actuar con criterio propio.

3.     Conciencia de corresponsabilidad: Instruirse para entender que la Iglesia es una comunión de bautizados donde todos son responsables, y no una estructura piramidal donde solo el clero manda. Esta conciencia les permite exigir, de manera constructiva, la sinodalidad y la participación real.

4.     Madurez en la fe: Desarrollar un sentido crítico y una fe madura que les permita denunciar y rechazar el abuso de poder y el clericalismo (incluso si viene de otros laicos que quieren imitar al clero), actuando desde su propia vocación de servicio y no desde una ansia de "ser como el sacerdote".

En resumen, instruirse significa para el laico adquirir el conocimiento y la conciencia de su propia e inalienable dignidad y misión bautismal, para no ser ni un súbdito pasivo del clero ni un imitador de sus peores defectos.

Clodovis Boff: Carta abierta a los obispos del CELAM


 


Queridos hermanos obispos:

He leído el mensaje que publicaron al final de la 40ª Asamblea celebrada en Río a finales de mayo. ¿Qué buena noticia he encontrado en el mensaje? Disculpen mi franqueza: Ninguna. Ustedes, los obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social, social, social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos mayores, ¿es que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas noticias sobre Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la salvación? ¿Sobre la conversión del corazón y la meditación de la Palabra? ¿Sobre la oración y la adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros temas similares? Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente religioso y espiritual?

Eso es precisamente lo que más necesitamos hoy y lo que llevamos esperando mucho tiempo. Me vienen a la mente las palabras de Cristo: los hijos piden pan y les dais una piedra (Mt 7,9). Incluso el mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad. Pero no, ustedes siguen ofreciéndoles lo social y siempre lo social; de lo espiritual, apenas unas migajas. Y pensar que son ustedes los guardianes de la riqueza más importante, la que más necesita el mundo y la que ustedes, en cierto modo, le niegan. Las almas piden lo sobrenatural, y ustedes insisten en darles lo natural. Esta paradoja es evidente incluso en las parroquias: mientras los laicos se complacen en mostrar signos de su identidad católica (cruces, medallas, velos y blusas con estampados religiosos), los sacerdotes y las monjas van a contracorriente y aparecen sin ningún signo distintivo.

No obstante, ustedes se atreven a decir, muy convencidos, que escuchan los «gritos» del pueblo y que son «conscientes de los desafíos» de hoy. ¿Acaso escuchan de verdad o se quedan en la superficie? Leo su lista de «gritos» y «desafíos» de hoy y veo que no es más que lo que dicen los periodistas y sociólogos ordinarios. ¿Es que no escuchan cómo, desde las profundidades del mundo, se alza hoy un clamor formidable a Dios? ¿Un clamor que ya oyen incluso muchos analistas no católicos? ¿Es que el motivo de la existencia de la Iglesia y sus ministros no es precisamente escuchar este clamor y darle una respuesta, una respuesta verdadera y completa? Los gobiernos y las ONG están ahí para atender los clamores sociales. La Iglesia, sin duda, no puede quedarse al margen, pero no es la protagonista en este campo. Su ámbito de acción es otro más elevado: responder precisamente al clamor que busca a Dios.

Sé que ustedes, como obispos, sufren día y noche el acoso de la opinión pública para que se definan como «progresistas» o «tradicionalistas», «de derecha» o «de izquierda». Pero ¿son estas las categorías adecuadas para los obispos? ¿No son, más bien, las de «hombres de Dios» y «ministros de Cristo»? En esto, San Pablo es categórico: «que los hombres nos tengan como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1Co 4,1). No es ocioso recordar aquí que la Iglesia es, ante todo, un «sacramento de salvación» y no una simple institución social, progresista o no. Existe para proclamar a Cristo y su gracia. Ese es fin principal, su compromiso mayor y permanente. Todo lo demás es secundario. Perdónenme, queridos obispos, si les recuerdo lo que ya saben. Pero, si lo saben, ¿por qué, entonces, no aparece todo esto en su mensaje y en los escritos del CELAM en general? Al leerlos, uno casi inevitablemente llega a la conclusión de que, hoy, la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de Cristo y su salvación, sino causas sociales, como la justicia, la paz y la ecología, que ustedes mencionan en su mensaje a modo de cantinela.

La misma carta que el Papa León envió al CELAM, a través de su Presidente, habla inequívocamente de la «urgente necesidad de recordar que es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, reavivándola en la esperanza», etc. El Santo Padre también les recuerda que la misión propia de la Iglesia es, en sus propias palabras, «salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas, para anunciarles el mensaje de salvación de Cristo Jesús». Sin embargo, ¿cuál fue la respuesta que dieron al Papa? En la carta que le escribieron, no se hicieron ningún eco de estas advertencias papales. Más bien, en lugar de pedirle que les ayudara a mantener viva en la Iglesia la memoria del Resucitado y a sus hermanos la salvación en Cristo, le pidieron que los apoyara en su lucha por «incentivar la justicia y la paz» y en «la denuncia de toda forma de injusticia». En resumen, lo que le dijeron al Papa fue la vieja cantinela de siempre: «social, social…», como si él, que trabajó durante décadas entre nosotros, nunca la hubiese oído. Dirán ustedes: «todas esas verdades se dan por supuestas, no hace falta repetirlas todo el tiempo». No es cierto, queridos obispos. Necesitamos repetirlas con renovado fervor cada día; de lo contrario, se perderán. Si no fuera necesario repetirlas una y otra vez, ¿por qué las recordó el Papa León? Sabemos lo que sucede cuando un hombre da por supuesto el amor de su esposa y no se preocupa por alimentarlo. Esto se aplica infinitamente más en relación con la fe y el amor a Cristo.

Ciertamente, en su mensaje no falta el vocabulario de la fe. Leo en él: «Dios», «Cristo», «evangelización», «resurrección», «Reino», «misión» y «esperanza». Sin embargo, son palabras colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro contenido espiritual. Más bien, hacen pensar en la cantinela habitual «social, social y social». Tomemos, por ejemplo, las dos primeras palabras, que son fundamentales y más que básicas para nuestra fe: «Dios» y «Cristo». En cuanto a «Dios», solo lo mencionan en las expresiones estereotipadas «Hijo de Dios» y «Pueblo de Dios». Hermanos, ¿es que esto no es pasmoso? En cuanto a «Cristo», solo aparece dos veces, y en ambas ocasiones de pasada. Una de ellas es cuando, recordando los 1.700 años de Nicea, hablan de «nuestra fe en Cristo Salvador», algo importantísimo en sí mismo, pero que carece de relevancia alguna en su mensaje. Me pregunto por qué no aprovechamos esta inmensa verdad dogmática para renovar, con todo fervor, la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia.

Sus Excelencias declaran, y con razón, que desean una Iglesia que sea «hogar y escuela de comunión» y, además, «misericordiosa, sinodal y en salida». ¿Y quién no desea eso? Pero ¿dónde está Cristo en esta imagen ideal de la Iglesia? Una Iglesia que no tiene a Cristo como razón de ser y de hablar no es, en palabras del Papa Francisco, más que una «ONG piadosa». ¿No es precisamente a eso a lo que se dirige nuestra Iglesia? En el mejor de los casos, en lugar de hacerse agnósticos, a veces los fieles se hacen evangélicos. En cualquier caso, nuestra Iglesia pierde a sus ovejas. Vemos a nuestro alrededor iglesias, seminarios y conventos vacíos. En nuestra América, siete u ocho países ya no tienen una mayoría católica. El propio Brasil va camino de convertirse en «el mayor país excatólico del mundo», en palabras de un conocido escritor brasileño [Nelson Rodrigues]. Sin embargo, este continuo declive no parece preocuparles mucho a ustedes. Me viene a la mente la denuncia del profeta Amós a los dirigentes del pueblo: «no os afligís por la ruina de José» (Am 6,6). Es extraño que, ante un declive tan evidente, ustedes no digan ni pío en su mensaje. Aún más terrible es que el mundo no católico hable más de este fenómeno que los obispos, quienes prefieren callar. ¿Cómo no recordar aquí la acusación de «perros mudos» que hizo San Gregorio Magno y que hace unos días repitió San Bonifacio [en el oficio de lecturas]?

Ciertamente, la Iglesia en nuestra América no solo está en un proceso de decadencia, sino también de ascenso. Ustedes mismos afirman en su mensaje que nuestra Iglesia «sigue latiendo con fuerza» y que de ella brotan «semillas de resurrección y esperanza». Pero ¿dónde están estas «semillas», queridos obispos? No parecen estar en el ámbito social, como podrían imaginar, sino en el religioso. Se encuentran especialmente en las parroquias renovadas, así como en los nuevos movimientos y comunidades, fecundados por lo que el Papa Francisco llamó la «corriente de gracia carismática», de la cual la Renovación Carismática Católica es la forma más conocida. Aunque estas expresiones de espiritualidad y evangelización constituyen la parte eclesial que más llena nuestras iglesias (y los corazones de los fieles), no han merecido ni un solo saludo en el mensaje episcopal. Sin embargo, allí, en ese semillero espiritual, es donde se encuentra el futuro de nuestra Iglesia. Un signo elocuente de este futuro es que, mientras que en el ámbito social actualmente casi solo vemos «cabezas canosas», en el ámbito espiritual podemos observar una afluencia masiva de los jóvenes de hoy.

Queridos obispos, ya me parece oír su reacción reprimida y quizás indignada: «pero entonces, con ese discurso supuestamente “espiritual”, ¿debería la Iglesia dejar de lado ahora a los pobres, la violencia social, la destrucción ecológica y tantos otros dramas sociales? ¿No sería eso un signo de ceguera e incluso de cinismo?». De acuerdo, hermanos. Que la Iglesia tiene que involucrarse en dramas como esos es indiscutible. La verdadera pregunta, sin embargo, es esta: Cuándo la Iglesia se involucra en esos dramas, ¿lo hace en nombre de Cristo? ¿Su intervención social y la de sus activistas están verdaderamente transformadas por la fe y, específicamente, aunque sea redundante, por la fe cristiana? De hecho, si la Iglesia entra en la lucha social sin estar informada y animada por su fe, la fe cristológica, no hará más que cualquier ONG. Por lo tanto, hará «más de lo mismo» y, con el tiempo, irá a peor: su acción social será incoherente, porque, sin la levadura de una fe viva, la propia lucha social termina pervirtiéndose: de liberadora se vuelve ideológica y, finalmente, opresiva. Esta es la lúcida y seria advertencia que dio San Pablo VI (Evangelii nuntiandi 35) sobre la entonces emergente «teología de la liberación» (una advertencia que, por lo que hemos visto, esta teología no aprovechó en absoluto).

Queridos hermanos mayores, permítanme preguntarles: ¿adónde quieren llevar a nuestra Iglesia? Hablan mucho del «Reino», pero ¿cuál es el contenido concreto de ese «Reino»? Dado que hablan tanto de construir una «sociedad justa y fraterna» (otra de sus cantinelas), se podría pensar que dicha sociedad es el contenido central del «Reino» que evocan. No ignoro la parte de verdad que hay en ello. Sin embargo, ustedes no dicen nada sobre el contenido principal del «Reino», es decir, el Reino presente tanto en nuestros corazones, hoy, como en su consumación, mañana. No hay escatología en su discurso. Es cierto: hablan dos veces de «esperanza», pero de una manera tan vaga que, dado el sesgo social de su mensaje, nadie, al oír esa palabra de sus bocas, alzaría la vista al cielo. No niego, queridos hermanos, que el cielo sea también su «gran esperanza», pero entonces, ¿por qué esta vergüenza de hablar alto y claro, como tantos obispos del pasado, sobre el «Reino de los Cielos», y también sobre el «infierno», sobre la «resurrección de los muertos», sobre la «vida eterna» y sobre otras verdades escatológicas que ofrecen tanta luz y fortaleza para las luchas del presente, además del sentido último de todo? No es que el ideal terrenal de una «sociedad justa y fraterna» no sea hermoso y grandioso. Pero nada se puede comparar con la Ciudad Celeste (Flp 3,20; Hb 11,10.16), de la que, afortunadamente, por nuestra fe, somos ciudadanos y trabajadores, y ustedes, por su ministerio episcopal, son los grandes artífices. Sí, también contribuirán a la Ciudad terrena, pero esa no es su especialidad, sino la de los políticos y activistas sociales.

Quisiera creer que la experiencia pastoral de muchos de ustedes, como obispos, es más rica e incluso más diversa que la que se desprende de su mensaje. Esto se debe a que los obispos, al no estar sujetos al CELAM (que es simplemente un órgano a su servicio), sino únicamente a la Santa Sede (y, por supuesto, a Dios), tienen la libertad de imponer a sus respectivas iglesias la línea pastoral que consideren mejor. Esto a veces resulta en una legítima disonancia con la línea propuesta por el CELAM. Cabe añadir otra disonancia: la que se encuentra entre los ricos documentos de las Conferencias Generales del CELAM y la línea más restringida del propio CELAM. Añadiría, con su permiso, una tercera disonancia, más cercana a ustedes: la que puede ocurrir, y ocurre a menudo, entre el magisterio episcopal y los órganos de asesoramiento teológico, es decir, entre los obispos y los redactores de sus documentos. Sin embargo, aun con todas estas discrepancias, que nos dan una visión muy diferente de la situación de nuestra Iglesia, su Mensaje para el 70º aniversario del CELAM parece ser un fiel reflejo de la situación general de nuestra Iglesia: una Iglesia que otorga prioridad a lo social sobre lo religioso. Y ustedes, obispos del CELAM, quisieron aprovechar su 40ª Asamblea General para «renovar el compromiso» de continuar en esta línea, es decir, dando prioridad a lo social. Y decidieron retomar esta opción con toda determinación y de forma explícita, como lo demuestra el triple uso que hicieron de las palabras «renovar» y «compromiso».

Entiendo, queridos obispos, sin querer justificar nada, que al insistir, no sin razón, en lo social y sus dolorosos dramas, hayan terminado dejando en la sombra lo religioso, sin, por supuesto, negar su primacía. Este, de hecho, fue un proceso que, casi sin darnos cuenta y no sin gran peligro, comenzó en Medellín [en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1968] y ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, ustedes saben por experiencia que, sin sacar la cuestión religiosa de esa sombra lo antes posible y exponerla a la luz con discursos y hechos, su primacía termina perdiéndose. Esto es lo que ocurrió con la figura central de Cristo: terminó relegada a un segundo plano. Si se le sigue confesando como Señor y Cabeza de la Iglesia y del mundo, es de manera superficial, o casi. La prueba de este lento deterioro está ante nuestros ojos: la decadencia de nuestra Iglesia. Si continuamos por el mismo camino, decaeremos cada vez más. Todo porque, antes de declinar en número, lamentablemente decayó el fervor de la fe, de la fe en Cristo, el centro dinámico de la Iglesia. Como pueden ver, hermanos, son las cifras las que nos desafían a todos, pero especialmente a los señores obispos del CELAM, a rectificar la línea general de nuestra Iglesia, para que, retomando con fervor nuestra opción por Cristo, esta vuelva a crecer en calidad y cantidad.

Por tanto, es hora, y más que hora, de sacar a Cristo de las sombras y llevarlo a la plena luz. Es hora de restituirle la primacía absoluta, tanto en la Iglesia ad intra (en la conciencia individual, en la espiritualidad y en la teología), como en la Iglesia ad extra (en la evangelización, en la ética y en la política). La Iglesia de nuestro continente necesita urgentemente volver a su verdadero centro, a su «primer amor» (Ap 2,4). Un predecesor suyo, el obispo san Cipriano, lo instó con estas lapidarias palabras: «no anteponer nada a Cristo» (Christo nihil omnino praeponere). Al decir esto, queridos obispos, ¿les pido algo nuevo? En absoluto. Simplemente les recuerdo la exigencia más evidente de la fe, de la fe «antigua y siempre nueva»: la opción absoluta por Cristo el Señor, el amor incondicional por Él, que se les exige particularmente, como Él lo hizo con Pedro (Jn 21,15-17). Por lo tanto, es urgente adoptar y practicar con claridad y decisión un cristocentrismo fuerte y sistemático; un cristocentrismo verdaderamente «abrumador», como lo expresó san Juan Pablo II. No se trata en absoluto de caer en un cristomonismo alienante (nótese la palabra «cristomonismo»). Se trata de vivir un cristocentrismo abierto, que fermenta y transforma todo: las personas, la Iglesia y la sociedad.

Si me he atrevido a dirigirme directamente a ustedes, queridos obispos, es porque desde hace tiempo veo, con consternación, repetidas señales de que nuestra amada Iglesia corre un grave riesgo: el de alejarse de su esencia espiritual, en detrimento propio y del mundo. Cuando la casa está ardiendo, cualquiera puede gritar. Como estamos entre hermanos, les hago una última confidencia. Tras leer su mensaje, me ocurrió algo que sentí hace casi 20 años, cuando, incapaz de soportar por más tiempo los repetidos errores de la teología de la liberación, surgió de lo más profundo de mi alma un impulso tal que di un golpe en la mesa y dije: «¡basta! Tengo que hablar». Es una moción interior similar lo que me hace escribir esta carta, con la esperanza de que el Espíritu Santo haya tenido algo que ver.

Pidiendo a la Madre de Dios que invoque la luz del mismo Espíritu sobre ustedes, queridos obispos, firmo como hermano y siervo:

P. Clodovis M. Boff, OSM
Rio Branco (Acre), 13 de junio de 2025, fiesta de San Antonio, Doctor de la Iglesia

LA BIBLIA ESCRUTAD LAS ESCRITURAS


 Esta edición de la Biblia, en la que participan más 50 especialistas, presenta la traducción de la Sagrada Biblia de la CEE, enriquecida con introducciones a los distintos libros bíblicos, numerosas citas paralelas en los márgenes, ricas notas de traducción e interpretación del texto y hasta un vocabulario de terminología bíblica con más de 350 entradas que recorre, de principio a fin toda la Historia de la Salvación.

Está pensada para la «lectura orante», personal o comunitaria. Por ello asume el más antiguo criterio de lectura de la Sagrada Escritura: leer la Biblia con la Biblia misma, siguiendo un itinerario en tres pasos: scrutatio, meditatio y oratio, lo cual favorece una relación personal, existencial y actual con la Palabra de Dios.

Es una obra imprescindible para grupos bíblicos, comunidades, grupos de meditación, grupos parroquiales, párrocos, religiosos, consagrados, seminaristas, catequistas, confirmandos, matrimonios, profesores de Religión y todos los fieles.