Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.
No lo veo, pero está.
Si voy ligero, él apresura el paso;
se diría que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.
Al llegar a terreno solitario,
él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí se reposa.
Y, cuando hay que subir monte
(Calvario lo llama él),
siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa.
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