El Papa Francisco se reunió esta mañana en la Plaza San Pedro con miles de personas de los grupos de oración del Padre Pío. Esto se da al día siguiente de que los restos del Santo de Pietrelcina llegarán a la Basilica Vaticana.
A continuación el texto
completo de su discurso, gracias a Radio Vaticana:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Les doy mi bienvenida –
¡veo que son muchos! – y agradezco a Monseñor Castoro por las palabras que me
ha dirigido. Doy un saludo a todos ustedes que han venido de diferentes países
y regiones, unidos por el afecto y el agradecimiento a San Pío de Pietrelcina.
Están muy agradecidos, ya que les ayudó a descubrir el tesoro de la vida, que es el amor de
Dios, y a experimentar la belleza del perdón y la misericordia del Señor.
Y esta es una ciencia que debemos aprender todos los días, porque es la
belleza: la belleza del perdón y de la misericordia del Señor.
Realmente podemos decir
que el Padre Pío era un servidor de la misericordia. Lo fue a tiempo completo,
la práctica, a veces hasta el agotamiento, "el ministerio de la
escucha". Se convirtió a través de la del ministerio de la
confesión, una acaricia viviente de Padre, que cura las heridas del
pecado y conforta el corazón con la paz. San Pio no se cansó jamás de
recibir a las personas y de escucharlas, de gastar tiempo y fuerzas para
difundir el perfume de perdón del Señor. Podía hacerlo porque siempre estaba
unido a la fuente: se saciaba continuamente de Jesús Crucificado, y así
se convirtió en un canal de misericordia.
Ha llevado en su corazón
a tantas personas y tantos sufrimientos, uniendo todo al amor a Cristo que se
donó «hasta el fin» (Jn 13,1). Ha vivido el gran misterio del dolor ofrecido
por amor. De este modo, su pequeña gota ha llegado a ser un gran río de
misericordia, que ha regado tantos corazones desiertos y ha creado oasis de
vida en muchas partes del mundo.
Pienso en los grupos de
oración, que San Pío ha definido «viveros de fe, hogares de amor»; no solo centros
de encuentro para estar bien con los amigos y consolarse un poco, sino hogares
de amor divino. ¡Y estos son los grupos de oración! La oración, en efecto, es
una verdadera y propia misión, que lleva el fuego del amor a toda la humanidad.
El Padre Pío dijo que la oración es una «fuerza que mueve el mundo»: la oración
es una fuerza que mueve el mundo. Pero, ¿nosotros creemos en esto? ¡Es así!
¡Hagan la prueba! Esa – agregó – «extiende la sonrisa y la bendición de Dios
sobre toda languidez y debilidad» (II Encuentro Internacional de los grupos de
oración, 5 de mayo de 1966).
La oración, entonces, no
es una buena práctica para conseguir un poco de paz en el corazón; tampoco un
medio devoto para obtener de Dios lo que nos sirve. Si fuera así, estaría movida
por un sutil egoísmo. Pero, yo rezo para estar bien, como si tomara una
aspirina: no, no es así. Yo rezo para obtener esto: pero esto es hacer un
negocio. No es así. La oración es otra cosa. Es otra cosa. La oración es, en
realidad, una obra de misericordia espiritual, que quiere llevarlo todo al
corazón de Dios. Toma tú, que eres padre: y seria así, para hacerlo simple. La
oración es decir: “pero, toma tú, que eres padre, tu eres padre. Míranos, tú,
que eres padre”. Es esta la relación con el padre. La oración es así. Es un don
de fe y de amor, una intercesión tan necesaria como el pan. En una palabra,
significar confiar; es decir, confiar a la Iglesia, confiar a las personas, confiar las situaciones al Padre:
“yo te encomiendo esto”, para que las cuide. Por ello, la oración, como amaba
decir el Padre Pío, es «la mejor arma que tenemos, una llave que abre el
corazón de Dios». Una llave que abre el corazón de Dios: es una llave fácil. El
corazón de Dios no está blindado con tantas medidas de seguridad. Tú puedes
abrirlo con una llave común, con la oración. Porque tiene un corazón de amor,
un corazón de padre. Es la fuerza más grande de la Iglesia, que nunca debemos
dejar, porque la Iglesia da frutos si hace como la Virgen y los Apóstoles, que
«perseveraban unidos en la oración» (Hch 1,14), cuando esperaban el Espíritu
Santo. Perseverantes y firmes en la oración. De lo contrario, se corre el
riesgo de apoyarse donde sea: en los medios, el dinero, el poder; y luego la
evangelización desvanece y la alegría se apaga y el corazón se hace aburrido.
¿Ustedes quieren tener un corazón aburrido? ¿No? ¿Quieren tener un corazón
gozoso? ¡Sí! Recen: esta es la receta.
Mientras les agradezco
su empeño, los animo a fin de que los grupos de oración sean “centrales de
misericordia”: centrales siempre abiertas y activas, que con el poder humilde
de la oración provean al mundo la luz de Dios y la energía del amor a la
Iglesia. El Padre Pío, que se definía sólo «un pobre fraile que reza», escribió
que la oración es «el más alto apostolado que un alma pueda ejercer en la
Iglesia de Dios» (Epistolario II, 70). ¡Sean siempre apóstoles gozosos de la
oración! La oración hace milagros. El Apostolado de la oración hace milagros.
Junto a la obra de
misericordia espiritual de los grupos de oración, San Pío ha querido una
extraordinaria obra de misericordia corporal: la “Casa Alivio del Sufrimiento”,
inaugurada hace sesenta años. Él deseo que no fuera sólo un hospital
excelente, sino un «templo de ciencia y de oración». En efecto, «los seres
humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta.
Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial» (Benedicto XVI,
Enc. Deus caritas est, 31). Es tan importante
esto: curar la enfermedad pero, sobre todo, cuidar al enfermo. Son dos cosas
diferentes, y las dos importantes, ¿eh? Curar la enfermedad, pero también
cuidar al enfermo. Puede suceder que, mientras se medican las heridas del
cuerpo, se agraven las heridas del alma, que son más lentas y, con frecuencia,
más difíciles de sanar. También los moribundos, a veces aparentemente
inconscientes, participan en la oración hecha con fe cerca de ellos, y se
encomiendan a Dios, a su misericordia. Yo recuerdo la muerte de un amigo
sacerdote. Era un apóstol, un hombre de Dios. Pero, estaba en coma desde hace
tiempo, desde hace tiempo. No era razonable, ese coma. Los médicos decían: “no
se sabe cómo hace para respirar”. Y entró otro amigo sacerdote. Se acercó a él
y le dijo, el escuchaba: “déjate llevar por el Señor. Déjate llevar. Ten
confianza, confía en el Señor”. Y con estas palabras, él se fue en paz. Tanta
gente tiene necesidad, tantos enfermos que se pelean por palabras de dulzura,
que dan fuerza para llevar adelante la enfermedad o ir al encuentro con el
Señor: tienen necesidad de ser ayudados en confiar en el Señor. Les estoy muy
agradecido, a ustedes y a cuantos sirven a los enfermos con competencia, amor y
fe viva. Pidamos la gracia de reconocer la presencia de Cristo en las personas
enfermas y en quienes sufren; como repetía Padre Pío: «el enfermo es
Jesús». El enfermo es Jesús. Es la carne de Cristo.
También deseo dirigir un
saludo especial a los fieles de la Arquidiócesis de Manfredonia-Vieste-San
Giovanni Rotondo. San Juan Pablo II dijo que «quien acudía a
San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse con Padre Pío, descubría en él
una imagen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del padre Pío
resplandecía la luz de la resurrección » (Homilía de la beatificación de P. Pío
de Pietrelcina, 2 de mayo 1999: Insegnamenti XXII, 1 [1999], 862). ¡Que quien
vaya a su hermosa tierra – yo quiero ir, ¿eh?! ¡Que quien vaya a su
hermosa tierra encuentre también en ustedes la luz del Cielo! Les agradezco y les pido por favor que no se olviden de rezar
por mí. Gracias.
Todos juntos rezamos,
pero toquemos a la puerta del corazón de Dios que es Padre de misericordia:
Padre nuestro…
También no somos una
Iglesia huérfana: tenemos una madre. Oremos a nuestra madre: recemos a nuestra
madre. Ave María…